viernes, marzo 05, 2004

Al ceder la marea acuosa apareció en su obscena candidez la piel hecha jirones colgando a los costados. La tela epidérmica estaba rota, como los pantalones de los náfragos en las películas de hollywood. Nadie pudo explicar cómo las diferentes partes del cuerpo se mantuvieron unidas. Pero así ocurrió, y quedaron como referentes que atestiguan aquella trágica epopeya, unos pequeños surcos blancos a lo largo del cuerpo, como minúsculas marcas que rememoran en aquel que las mira, algún momento de pequeña implosión visceral.

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